Vicenç Navarro / Publicat 31-07-12
L’article qüestiona els arguments
neoliberals que sostenen la necessitat d’afavorir les rendes superiors,
mostrant la falta d’evidència que els donin suport.
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Uno
de los argumentos más utilizados para no aumentar los impuestos de las personas
con mayores rentas es que tales impuestos desincentivan el ahorro y la
inversión productiva de tal ahorro, una inversión productiva que crea empleo.
Este argumento se reproduce constantemente, una y otra vez, en la mayoría de
medios de información y persuasión del país, subrayando que no hay que
penalizar a los productores de riqueza y puestos de trabajo.
El
problema con este argumento es que, por mucho que se repita, no tiene evidencia
que lo avale. Un estudio reciente de una empresa de análisis de mercados
(Market Watch) analizó recientemente qué hacen los súper ricos con su dinero
(“Where the Rich are Keeping their Money”). Y aunque no es fácil encontrar esta
información, algo sí que se pudo ver. Pues bien, la enorme cantidad de dinero
que tienen los súper ricos no se invierte en lo que se llama economía
productiva, es decir, donde se producen puestos de trabajo. El 90% estaba en
compra y venta de propiedad inmobiliaria, en bonos del Estado, en cuentas
personales y en otras actividades de uso personal o actividad especulativa.
Sólo un 1% se invertía en el establecimiento de nuevas empresas que produjeran
empleo. Otros estudios han llegado a conclusiones semejantes. En la encuesta
Mendelsohn Affluent Survey alcanza un porcentaje sólo ligeramente superior, un
2%. En realidad, en un sorprendente momento de franqueza del medio más cercano
al mundo financiero, el Wall Street Journal, indicó que el gran impacto
positivo para las rentas superiores que supuso el gran recorte de impuestos
para los súper ricos que aprobó la administración Bush “condujo al peor periodo
de creación de empleo en la reciente historia del país” (citado en “Three Big
Lies of the Super-Rich”, de Paul Buchheit).
De estos datos debería deducirse que una mejor manera de crear empleo hubiera sido gravar a los súper ricos y con este dinero el Estado debería crear puestos de trabajo, propuesta que, a pesar de ser razonable y justa, nunca se verá en los medios de mayor información y persuasión del país que transmiten la imagen de que hay que mimar a los súper ricos para que no se vayan a otros lugares.
De estos datos debería deducirse que una mejor manera de crear empleo hubiera sido gravar a los súper ricos y con este dinero el Estado debería crear puestos de trabajo, propuesta que, a pesar de ser razonable y justa, nunca se verá en los medios de mayor información y persuasión del país que transmiten la imagen de que hay que mimar a los súper ricos para que no se vayan a otros lugares.
¿Hay que estimular la
aparición de grandes empresarios?
Otro
argumento que también se reproduce constantemente en la cultura neoliberal,
ampliamente dominante en los medios de información y persuasión de mayor
difusión, es la necesidad de estimular la creatividad individual empresarial,
enfatizando la gran importancia que tal esfuerzo individual ha tenido en el
progreso de un país. Constantemente se cita a grandes emprendedores, como Bill
Gates, para señalar la importancia de tal creatividad empresarial individual.
Paul Buchheit señala, sin embargo, que la historia real difiere
considerablemente de la imagen idealizada de tal emprendedor. Bill Gates adaptó
con gran oportunismo el conocimiento generado por muchos ingenieros que le
precedieron, copiando a otros expertos, sin que estos otros nombres aparecieran
en su biografía. Lo que se considera un acto individual fue una producción de
conocimiento colectivo, que en otro tipo de sociedad se hubiera reconocido y
presentado como un esfuerzo de equipo y no cómo personal. La historia del mundo
empresarial está llena casos como éste. Lo que se presenta como una iniciativa
individual empresarial está basado en un esfuerzo colectivo, utilizado,
manipulado (y a veces explotado) sólo por un individuo cuyo conocimiento deriva
y/o está expropiado de otros. Buchheit también se refiere al caso del supuesto
inventor del teléfono, Alexander Graham Bell, quien recibe todos los honores,
cuando muchas otras personas habían contribuido y sabían como establecer el
teléfono, pero no tenían el dinero para poder patentarlo antes que Bell.
La
falsedad del concepto de capitalismo popular
Otro
argumento que se ha estado promoviendo en defensa del sistema económico actual
es que hoy estamos viviendo en la época del capitalismo popular, como
consecuencia de que la mayoría de la ciudadanía tiene acciones en la Bolsa. En
este argumento se asume que todo el mundo sigue con gran interés los vaivenes
de la Bolsa, porque les afecta personalmente. Cuando la Bolsa se dispara se nos
dice que todos nos beneficiamos.
De nuevo, la evidencia cuestiona tal argumento. La propiedad de las acciones está enormemente concentrada. Así, por ejemplo, en EEUU, sólo el 10% de propietarios de acciones tiene más del 80% de todas ellas. La gran mayoría de accionistas tiene un número muy menor de acciones. Es más, los grandes cambios de la Bolsa afectan primordialmente al 5% de los accionistas que ganan más de 500.000 euros al año. Al resto, tales variaciones les afectan mucho menos. Y últimamente, los cambios fiscales han beneficiado enormemente a estos grupos minoritarios. En general, pagan en impuestos sólo el 15% de su renta derivada de la propiedad de las acciones, lo cual ha facilitado que en sólo seis años (2001-2007) doblaran sus ingresos. Mientras, el trabajador promedio (que cobra 34.500 dólares al año) paga en impuestos un 32%. Una consecuencia de este hecho es que las desigualdades de renta se han disparado.
De nuevo, la evidencia cuestiona tal argumento. La propiedad de las acciones está enormemente concentrada. Así, por ejemplo, en EEUU, sólo el 10% de propietarios de acciones tiene más del 80% de todas ellas. La gran mayoría de accionistas tiene un número muy menor de acciones. Es más, los grandes cambios de la Bolsa afectan primordialmente al 5% de los accionistas que ganan más de 500.000 euros al año. Al resto, tales variaciones les afectan mucho menos. Y últimamente, los cambios fiscales han beneficiado enormemente a estos grupos minoritarios. En general, pagan en impuestos sólo el 15% de su renta derivada de la propiedad de las acciones, lo cual ha facilitado que en sólo seis años (2001-2007) doblaran sus ingresos. Mientras, el trabajador promedio (que cobra 34.500 dólares al año) paga en impuestos un 32%. Una consecuencia de este hecho es que las desigualdades de renta se han disparado.
¿Son
los súper ricos los mejores?
Todo
ello lleva a otro argumento que los neoliberales sostienen: que aquellos que
están en las cúspides superiores de poder –los súper ricos- están ahí porque
son mejores que los demás. El mérito es lo que les ha llevado a donde están
(ver mi artículo “El fin de la mal llamada meritocracia”, publicado en El
Plural, 28.07.12, y colgado en mi blog www.vnavarro.org). Pues bien, l a
evidencia no avala tal postura. En realidad, la evidencia científica muestra
que los súper ricos son gente menos ética, menos solidaria y menos considerada
hacia otras personas, y más inclinada a sostener comportamientos incívicos que
la mayoría de la ciudadanía. En lugar de la imagen que se promueve, de que las
élites tienen mayor calidad y valor humano, la evidencia muestra claramente lo
contrario.
En
un artículo en Scientific American, Daisy Grewal cita los trabajos de dos
psicólogos, Paul Piff y Dacher Keltner, que muestran que los súper ricos
muestran comportamientos menos solidarios, menos compasivos, más egoístas y más
propensos a saltarse las normas y reglas que las clases populares. Las clases
populares han desarrollado unas culturas de solidaridad que se encuentran
ausentes entre las élites ricas y súper ricas (Daisy Grewal, “How Wealth
Reduces Compassion”, Scientific American, 10.04.12).
Una
conclusión semejante se ha publicado por la Asociación para la Psicología
Científica (Press Release, 08.02.12) en la que señala la cultura egocéntrica
existente entre las personas de rentas superiores y su menor capacidad emotiva
hacia otras personas con necesidad de apoyo o solidaridad. La famosa
frase de “nobleza obliga”, simplificando que los de arriba sienten la necesidad
de cuidar de los otros no existe ya (en caso de que hubiera existido). Es
cierto que personas muy ricas dan mecenazgo, pero son siempre las excepciones.
A resultados parecidos han llegado estudiosos de la cultura empresarial, como
la famosa Bloomberg Newsletter. Así, tal revista publica los hallazgos del
citado Paul Piff, de la Universidad de California, publicados también en la
Academia de Ciencias de EEUU, que muestra como los ricos y súper ricos obedecen
menos las leyes de tráfico y las normas de conducta aprobadas por la sociedad,
son más egoístas y piensan menos en otras personas, son menos capaces de
expresar solidaridad o compasión y se saltan otros tipos de leyes con
mayor frecuencia. Por cierto, tales comportamientos poco solidarios aparecen
también con mayor frecuencia entre estudiantes de Economía y Empresariales en
EEUU, los cuales indican que el egoísmo y egocentrismo son atributos favorables
para la eficiencia económica, observación que ha motivado una demanda de cursos
de ética y comportamiento cívico en las facultades de Economía. Sería
interesante que estudios y análisis de esta naturaleza se hicieran también en
España, pero hasta ahora no se han hecho. Teniendo en cuenta el enorme fraude
fiscal de los súper ricos y su continua oposición a reformas que facilitaran el
bienestar social de la ciudadanía y muy en especial de las clases populares, es
casi seguro que los súper ricos españoles están entre los menos solidarios y
más incívicos entre los súper ricos de los países semejantes por el nivel de
desarrollo económico a España.
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